Pimiento

O de cómo un pimiento puede dar continuidad a una albahaca
De un pimiento amarillo que se comió el cuis, Oliver recogió unas semillitas y las puso en la misma maceta de la albahaca, una maceta grande y pesada, una señora maceta, que tiene tierra del parque y también comprada al paquistaní de la esquina y borra de café y pedacitos de esculturas quebradas en tierra cocida roja, todo ello cubierto de una fina capa de musgo claro. Las puso porque sí, porque hay en él un afán natural de multiplicación, un amor infinito de vida, que lo lleva a plantar semillas en todas partes. Confieso que no creí que fuera a nacer nada, sobre todo porque yo misma había plantado ahí unos polvitos de albahaca y ni noticias… Pero la vida es más sabia que una. Junto a la albahaca vieja, de tronco leñoso y con una sola rama alhajada de hojas y florida, apareció un brotecito verde. Oliver y yo lo espiábamos, para ver qué era. Resultó una plantita de hojas redondeadas que aún no estoy muy segura de llamar albahaca ; en los días que siguieron, aparecieron cinco más igualitas a la primera. Pero también de los minúsculos granos del pimiento, que habían quedado a ras de tierra, empezaron a desperezarse como brazos, tallitos con la semilla de sombrero. Siete pimientos brotaron. Del primero que nació, se cayó pronto el sombrero y se estiraron dos hojitas alargadas. Con el sol de la ventana y frescas raciones de agua, en poco más de una semana alcanzó una altura de cinco centímetros. De los otros seis, hay algunos más perezosos que otros. Uno en particular parecía no querer perder el sombrero y seguía escondiendo las hojas en la funda castaña de la semilla. Se me ocurrió apresurar el proceso quitándole yo misma la cascarilla con los dedos. Aparecieron unas hojitas arrugadas que, pensé, se estirarían luego con el aire y la luz. Pero pasan los días y siguen contritas. La naturaleza es más sabia que una : la planta necesitaba hacer sola el esfuerzo de estirarse, desplegar toda su energía en las hojas, para empujar la cáscara y crecer. Con una ansiedad inútil, disfrazada de pretensión de ayuda, le ahorré la fatiga, pero a la vez le quité las ganas, de crecer. No supe respetar su ritmo, que tendría sus buenas razones para la lentitud. De las siete entonces, hay una más grande, tres medianas, dos con sombrero y una inválida por intervención humana.
Pero la vida es más sabia que una : el tiempo estirará las hojitas que, como los niños que nacen prematuros, se han quedado con la nostalgia de un vientre protector. Y en la convivencia menuda de pimientos y albahacas seguiremos hallando motivos de alegrí

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