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Mostrando entradas de diciembre, 2009

La luna

‘¿Cómo se llama eso que está en el cielo de noche ? De día es el sol, ¿de noche… ?’ La mujer me mira y sólo cuando le respondo, retoma el hilo de su discurso. ‘Eso que lleva ahí –señala mi colgante- parece una luna’. Estamos sentadas una frente a la otra en los asientos naranjas del Metro. Venía al parecer hablando con el señor que estaba sentado al lado mío y a quien oí anunciarle amablemente que bajaba, y despedirse. Eso fue hace un par de estaciones. Ahora comprendo que el hombre no la conocía más que yo, que la mujer habla con toda persona que se le pone delante. Su actitud, sin embargo, lejos de molestarme, me apacigua. Es quizás el tono melodioso de la voz, el ritmo lento buscando las palabras para contar una historia que parece preocuparla, o acompañarla, pero de la que no logro desentrañar más que frases sueltas, una casa, alguna persona en esa casa. Tendrá unos ¿sesenta ? años. Lleva el pelo corto y sin gracia. Mira a los ojos cuando habla con expresión a la vez inocente y ca

ideogramas

a diferencia de nuestro alfabeto, doblemente arbitrario ante lo que nombra -una primera vez arbitrario porque nada hay en el dibujo de las letras, salvo quizás la o, que se parezca al sonido representado, y una segunda, porque del trazado de cada palabra , mera adición de fonemas, podemos aún menos deducir de qué se trata-, la escritura china representa lo que significa. el chino, los chinos, dibujan cada palabra y cada dibujo o ideograma es la síntesis de un concepto. a lo largo de los siglos, de los milenios, un primer dibujo de un hombre o una montaña o un río o un árbol en particular ha ido evolucionando hasta llegar a ser todos los hombres o todas las montañas o todos los ríos o todos los árboles, de modo que cuando alguien lo mira sabe, sin que medie la reflexión, que es un hombre o una montaña o un río o un árbol. y no sólo eso, sino que también sabe qué es un hombre o una montaña o un río o un árbol. lo sabe porque el ideograma logra sintetizar los rasgos que hacen que un hom

a oscuras

la puerta se cierra sola con un clac y quedo sumergida en la oscuridad y el silencio. no enciendo la luz, apoyo el grabador sobre la mesa y respiro hondo mientras me dejo llevar por la fantasía de un viaje espacial. todos esos testigos y números encendidos en la pared de la izquierda han de ser el tablero de mandos de una nave, o estrellas, azules o rojizas, naranjas, que brillan en la noche. de la ventana llega un resplandor que sugiere las siluetas de los muchos grabadores, videos, radios, equipos y aparatos diversos que se apilan en estanterías hasta el techo. el técnico ha der ser feliz en esta sala, así, a oscuras, sintiéndose comandante secreto de una misión intergaláctica. también yo me estoy yendo a las estrellas. afuera, lejos, han quedado las clases iluminadas, las conversaciones, los corredores y las escaleras donde el eco multiplica las voces. ¿cuántos segundos dura el encantamiento ? sin el grabador, vuelvo a la puerta. con la luz que se cuela al abrirla desaparece el efec

la soledad de Maradona

en el patio de su casa un chico sueña que todos lo quieren el amor de los otros es tan grande que lo lleva en andas por las calles es feliz siente -cree- que su corazón está abierto a todos los hombres que todos leen en él la inocencia la confianza el amor transparente la soledad del chico en el patio es la de piaf en escena la de maradona en la cancha una entrega sin límites un vuelo una respiración inmensa dar todo lo que soy porque amo indistinta e infinitamente es más tarde que cae inexorable el analista que destripa el fenómeno la raya que limita la frontera que hiere la soledad que en torno a él se cierne un cerco un hasta aquí la piel que es el límite del cuerpo el chico que desplaza multitudes y montañas descubre que en última instancia más allá del vuelo y de la entrega está solo

instantánea

cuatro hombres posados en el tejado de la casa de enfrente. no puedo evitar mirarlos de reojo mientras, sentada en el sillón, el mismo en que se sientan los chicos a ver televisión, el mismo en que más de una vez he besado, recito el mantra de siempre. son jóvenes y guapos y, aunque estén arreglando el techo, parecen estar bailando una coreografía postmoderna con un bajo cielo nublado como telón de fondo.

vasos comunicantes

penélope encuentra en el tejido el modo de esperar de hacer de la espera materia pretexto de sabiduría la espera no es vacía está colmada de todo el bien todo el amor de ella por ulises la espera certeza absoluta de su cuerpo crea en ella la textura de la entrega la concavidad del recipiente colmada ella -vaso- del amor infinito de ulises da a otros comunica lo que de ella rebalsa y se derrama verde y olorosa savia ascendiente en la confianza multiplicadora del gesto esencial del único a quien ella en su corazón llama hombre trama modo de estar constancia creadora es la espera de penélope

91

« la verdadera mision del escritor moderno es recoger en lenguaje fácil y sencillo trozos de la vida diaria, los grandes y pequeños acontecimientos… » Juan Rulfo (leído hoy en un artículo que me prestó Ana) Estoy en Louise esperando el 91 que no viene. He decidido ir a dejar mi curriculum en mano pues mañana es el último día y voy a Uccle a eso. Acaban de pasar cuatro tranvías 94. Una mujer mayor, más de 70 seguro, pantalones, pelo corto naranja, ojos azules, me mira para comentar el hecho ‘quatre...’ y casi enseguida enlaza ‘je vous ai déjà vu’. ‘Oui… ?’ ‘Oui, vous prenez parfois le tram.’ ‘Pas très souvent.’ ‘Non, pas très souvent. Mais je vous ai déjà vu. Je suis très physionomiste. Vous parlez espagnol.’ ‘Oui’ ‘Vous êtes latino.’ ‘Oui, je suis argentine.’ ‘Argentine !,’ la exclamación es enorme. ‘Mi país, mis raíces. Mi abuela era argentina,’ cambia automáticamente a un castellano con acento pero fluido. El 91 está por fin llegando, nos acercamos, subimos, logramos sentarnos una a

Los hermanos

‘Una… hermosa milonga... de Atahualpa Yupanqui. Los hermanos se llama,’ así se oía la voz emocionada de Mercedes Sosa en la grabación en vivo del primer recital en Buenos Aires después de la dictadura militar. Y después de la ovación del público, empezaba ‘Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar en el valle, en la montaña, en la pampa y en el mar. Cada cual con sus trabajos, con sus sueños cada cual, con la esperanza adelante, con los recuerdos detrás, yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar.’ Cuando llegaba al ‘y en nosotros, nuestros muertos, pa’ que nadie quede atrás,’ la gente volvía a ovacionar, jubilosa de poder expresar abiertamente dolores tantos años oprimidos y se caía la sala de emociones compartidas cuando concluía ‘…y una hermana muy hermosa que se llama libertad.’ Que Atahualpa Yupanqui haya nacido cerquita de Pergamino (recuerdo haber pasado en el Citroen, una flecha indicaba el nombre de un pueblito pero desde donde estábamos se veían sólo unas casas

Hacia

La voz de una mujer en el teléfono mientras leo un cuento con Marie, que tiene 9 años y cuando corto me pregunta : ¿quién era ? ‘Una señora que quería clases de español’. Marie quiere enterarse un poco más de mi trabajo. Es bella como una bailarina, tiene ojos de cervatillo y hoy es apenas la segunda vez que nos vemos. Como mis hijos, vive una semana con el padre belga y la siguiente con su madre, española, buena madre, exigente y concienzuda de la necesidad de tener un buen nivel de idioma, razón por la cual he aparecido yo en su vida a leerle cuentos. Marie, baila cuando nos despedimos, no puede estarse quieta, parece Oliver. La señora del teléfono no ha vuelto a llamar, me pregunto si he sido demasiado brusca al responder que estaba ocupada, que llamara más tarde. No, finalmente parece que no, me contacta unos días después, no son para ella las clases, sino para Paul, su hijo adolescente. Quedamos para ese mismo día a las cinco y media. Pero vengo del cine y de un café con charla co

La flauta mágica

En la ópera de Mozart, la flauta mágica tiene el poder transformador del amor : cuando suena, la persona que agrede se vuelve amable, en el sentido primero de la palabra. En los años ’70 Ingmar Bergman filmó la ópera con una simplicidad magistral ofreciéndonosla como un regalo. Y heme aquí, en febrero de 2006, sentada ante mi televisor deleitándome con la película. Pero este placer no habría sido posible sin la intervención de Bernadette. Bernadette es sola. La soledad se le nota en la colección de estampas de caballos pegadas en la pared de su oficina, en su añoranza por Cork (un mapa, un calendario, fotos, tarjetas,…), en el cuerpo poco armonioso, incómodo en su estar en el mundo y sometido a todas las enfermedades que andan por ahí. Las primeras veces que voy a darle clases de conversación en castellano, suele darme abiertamente la espalda más preocupada por el ordenador que por mi presencia y los temas de la charla, que se arrastra lenta mientras busca las palabras, no van más allá

La casa de la memoria

Es el título de una novela de Lucía Graves que, sin reflexionar demasiado, le compré hace años a Adriana de regalo y que tomé prestada de su casa hace poco, después de (re)leer en la contratapa que hablaba de la Cábala, tema que apasiona a Juaco y del que habla con frecuencia, y en la solapa, que Lucía es la hija de Robert y por lo tanto había grandes probabilidades de que hubiera heredado un porcentaje de sus conocimientos y su inteligencia. No decepcionó mis expectativas el libro. Al contrario, como no podía dejar de leerlo, me lo llevé en mi viaje a Londres. Para mi desgracia, me lo olvidé en el tren de ida cuando me faltaba aún media lectura. Más allá de posibles interpretaciones de toda índole acerca de tal olvido (cuando estaba además en un punto decisivo de la trama), la búsqueda de ese ejemplar o, en su defecto, de otro, de « La casa de la memoria », marcó un segundo viaje a Londres dos semanas después. Que ambos viajes hayan coincidido exactamente con las dos olas de atentados

Pimiento

O de cómo un pimiento puede dar continuidad a una albahaca De un pimiento amarillo que se comió el cuis, Oliver recogió unas semillitas y las puso en la misma maceta de la albahaca, una maceta grande y pesada, una señora maceta, que tiene tierra del parque y también comprada al paquistaní de la esquina y borra de café y pedacitos de esculturas quebradas en tierra cocida roja, todo ello cubierto de una fina capa de musgo claro. Las puso porque sí, porque hay en él un afán natural de multiplicación, un amor infinito de vida, que lo lleva a plantar semillas en todas partes. Confieso que no creí que fuera a nacer nada, sobre todo porque yo misma había plantado ahí unos polvitos de albahaca y ni noticias… Pero la vida es más sabia que una. Junto a la albahaca vieja, de tronco leñoso y con una sola rama alhajada de hojas y florida, apareció un brotecito verde. Oliver y yo lo espiábamos, para ver qué era. Resultó una plantita de hojas redondeadas que aún no estoy muy segura de llamar albahac

Las ventanas naranjas

Imagen
Me fascinan las ventanas de la casa de enfrente vistas a través de la de mi cocina. Son cuatro : una, más dos pegadas que dan salida a un balcón, más una más para la simetría, las cuatro con arcos de medio punto, las cuatro –pareciera- ventanas de un mismo ambiente -¿un salón-comedor, una sala de estar ?- , las cuatro en un tercer piso como el mío, enmarcadas por muy flamencos ladrillos naranjas, en naranja soñando las cuatro de noche, como lunas, amarillas, rojas, rosadas, las cortinas trasluciendo un espacio luminoso sin contornos precisos, sugiriendo un mundo del mismo tono que ellas. Flameantes pestañas de primavera, alas de agosto, reflejo de nubes, ojos abiertos, amandarinadas pupilas, apomeladas cortinas, en naranja soñando, en amarillos vagando, en soles creyendo, en cielos andando, como lunas.

itinerarios

preludio, antes de la memoria Santa Fe y Canning, en Palermo, una casa cuadrada en Santa Rosa, La Pampa Pergamino Uriburu ocho noventa y ocho, primero A la chacra Uriburu San Martín mil ochenta y ocho Uriburu (esquina Italia) alguna vez, Riobamba siete diecinueve, en Buenos Aires y de regreso Uriburu San Martín y la chacra Buenos Aires primero, Riobamba siete cincuenta y tres, primero A, frente a Obras Sanitarias, en el quinto B, mis primos, Riobamba entre Córdoba y Viamonte, alguna vez, Luzuriaga, piso doce, en Pergamino, o el chalé y el Club de Viajantes, la chacra sólo de paso de regreso, Buenos Aires, Riobamba y después Suipacha mil trescientos treinta y seis, primero B, Suipacha entre Arroyo y Juncal, frente a la Cultural Inglesa, en una esquina, la Embajada de Israel, en la otra, la Iglesia del Socorro, a la vuelta, sobre Carlos Pellegrini, el olor a medialunas de Los Dos Escudos y en la otra cuadra, el Lenguas Vivas. años, mis pasos trazando el zigzag bajando por Suipacha hasta

Alas

Como cada vez que caminábamos, el vecino de abajo salía a la escalera a gritarnos, aprendimos a volar. Descubrimos con felicidad de niños que nos habían crecido alas, así que nos desplazábamos de una pieza a la otra sin tocar el suelo, sin que resonaran los zapatos, sin que crujieran los tablones de madera. Crujían sí, inevitablemente, las puertas al abrirse o cerrarse y correr las sillas para sentarse causaba sin duda algún sonido que repercutía abajo. Pero como el vuelo había eliminado la fuente mayor de producción de ruido, creimos de buena fe que había concluido el tiempo de la represión y las quejas. Una mañana, sin embargo, cuando nos sentábamos a desayunar, surgió, como de lo más profundo del infierno, la voz del vecino conminándonos a callar. Temblaron nuestros cuerpos alados ante la intempestiva intervención que, como siempre, nos amenazaba desde abajo sin atreverse a subir. No entendimos, sólo permanecimos inmóviles el tiempo que duró el miedo y luego seguimos desayunando. C