91

« la verdadera mision del escritor moderno es recoger en lenguaje fácil y sencillo trozos de la vida diaria,
los grandes y pequeños acontecimientos… »
Juan Rulfo (leído hoy en un artículo que me prestó Ana)


Estoy en Louise esperando el 91 que no viene. He decidido ir a dejar mi curriculum en mano pues mañana es el último día y voy a Uccle a eso. Acaban de pasar cuatro tranvías 94. Una mujer mayor, más de 70 seguro, pantalones, pelo corto naranja, ojos azules, me mira para comentar el hecho ‘quatre...’ y casi enseguida enlaza ‘je vous ai déjà vu’. ‘Oui… ?’ ‘Oui, vous prenez parfois le tram.’ ‘Pas très souvent.’ ‘Non, pas très souvent. Mais je vous ai déjà vu. Je suis très physionomiste. Vous parlez espagnol.’ ‘Oui’ ‘Vous êtes latino.’ ‘Oui, je suis argentine.’ ‘Argentine !,’ la exclamación es enorme. ‘Mi país, mis raíces. Mi abuela era argentina,’ cambia automáticamente a un castellano con acento pero fluido. El 91 está por fin llegando, nos acercamos, subimos, logramos sentarnos una al lado de la otra. Me cuenta… que ha estado en Argentina varias veces, la última hace tres o cuatro años, en Buenos Aires un profesor universitario, un amigo, tuvo que excusarse de no poder invitarla con un café pues hacía seis meses que no le pagaban –‘un país tan rico…, cuando yo era chica e iba a la Argentina…’-, ahora es bisabuela, tiene cuatro bisnietos, estuvo casada dos veces – ‘suficiente’-, con el segundo marido tenía una galería de arte en Amberes, un hijo, que era músico, murió –‘muy duro, pero hay que seguir viviendo’-. ‘Todos son artistas en la familia,’ comento. ‘Sí, yo estudié bellas artes pero no tenía talento. Pero para escribir, sí. Escribí la historia de la familia.’ ‘¿Y la publicó ?’ ‘No, era para la familia.’ Pero tiene la certeza de escribir bien, al menos es lo que le dicen los hijos. ‘Ah la familia,’ digo yo, ‘yo también escribo y mi mejor lectora es mi madre, ella siempre encuentra todo perfecto.’ Nos reímos. Se llama Mercedes. ‘Yo, Dulce,’ nos presentamos poco antes de que se baje en Ma Campagne.
A la altura del Lycée Molière, suena el móvil de una adolescente que está sentada frente a mí. La conversación es brevísima. La chica dice algo así como que ya sabía y que le den un beso de su parte. Corta y unos minutos después hace una mueca y se pone a llorar un llanto silencioso y abundante. Varios pasajeros lo notan pero nadie dice nada. La chica se baja en Square des Héros. Ahí mismo sube un tipo que habla muy atravesado. Un africano alto, que va con un niño, le pregunta que qué idioma habla. ‘Français,’ dice él y pregunta si el tranvía va para la Gare du Nord. ‘Non,’ responde el africano, ‘vous devez le prendre dans l’autre sens.’ Cualquiera que vive en Bruselas sabe eso, el tipo se baja y todos nos reímos para adentro en la complicidad de lo obvio.
Me bajo en Stalle, dejo mi curriculum en el buzón del edificio y vuelvo a la parada del 91. Esta vez viene enseguida. En el trayecto de vuelta no pasa nada digno de contarse.

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